Colinas vestidas de verdes pinares y una temperatura deliciosa se descubren al llegar a Monteca, una pequeña región situada al norte de La Unión.
El clima cálido de Monteca la ha convertido en el hábitat propicio para el perenne florecimiento de las plantaciones de pinos.
El sofocante calor de La Unión se pierde en el escabroso camino que lleva al alejado cantón de Monteca.Enclavada en la cúspide de un cerro, casi fronteriza con Honduras, esta zona tiene entre sus principales bendiciones un clima fresco y densas plantaciones de pinos.Por mucho tiempo, estos delgados y gigantescos árboles han brindado algún sustento a los escasos pobladores que no pertenecen al grupo de los ganaderos, de los que reciben remesas familiares de Estados Unidos y que ni siquiera poseen tierras para el cultivo de granos básicos.Ellos recolectan las rajitas de pino, conocidas como ocote, muy utilizadas en la zona para no batallar al momento de encender el fuego y quienes no cuentan con energía eléctrica también las usan como fuente de iluminación para librarse de la penumbra durante las noches.Fernando Zavala Morales, de 70 años, un hombre de uñas negras y pies agrietados que reposan entre unos caites de hule, cuenta que cada año distribuye una carga de ocote entre los habitantes de Monteca y en el mercadito de Polorós, el pueblo más cercano.Mientras raja un poco de leña, Fernando relata que vende el tercio de ocote a 35 colones. “De otro modo no se agarra el pisto”, dice. Para ganarse otros centavos también recurre a trabajar en la agricultura, pero en terrenos ajenos.La mayoría, sin importar la situación económica, utiliza la madera de esta especie vegetal para sostener los tejados de barro de sus casas, y otros la comercializan para fines industriales en la elaboración de todo tipo de muebles.Menos pobrezaCada vez menos los habitantes de Monteca ponen las esperanzas en la agricultura y en las plantaciones de pinares que se han reproducido a lo largo de los años, de forma natural, es decir cuando las semillas que se desprenden de los árboles caen a la tierra y vuelven a germinar.
José y Edwin Palacios se mantienen con las remesas que les envían sus padres.
Gran parte de los terrenos permanece inculto y sólo la hierba silvestre se ha acordado de vestirlos durante este verano. Ahí también pasta el ganado, señal de que la ganadería aún guarda su esplendor en la zona.La otra forma de subsistencia está regida por las remesas familiares. A partir de la década de los noventa —y con mayor concentración después del 95— se ha generado una emigración masiva de los lugareños hacia Estados Unidos.Aunque no se conoce el porcentaje de los que han dejado su terruño, la mayoría de los que se han quedado cuenta que tienen un hijo, un hermano, uno de sus padres, un primo, un tío o un nieto en el país del Norte.Los hermanos José, de 13 años, y Edwin, de 10, viven con sus abuelos desde que sus padres se fueron hace más de cinco años. Aunque en algún momento, relatan, lloraron la partida de sus progenitores, este fin de año se sienten felices porque su madre ha llegado a visitarlos.Con este fenómeno, el panorama ha ido cambiando de color. Las viviendas que antes lucían sombrías como el matiz del adobe sin encalar que formaba las pobres construcciones, fueron derribadas y en su lugar se han edificado casas de grandes corredores y paredes pintadas de distintas tonalidades.Se quedaron en el pasadoPero no todo es color de rosa. Quienes no reciben ninguna ayuda del extranjero han quedado atrapados en la falta de empleos que existe en la región y sus carencias económicas ahora son más marcadas que en el pasado.“Aquí nos sentimos abandonados”, cuenta Miguel Manzanares, de 82 años. Su nuera se encuentra a la par suya y mientras carga al menor de sus tres hijos hace un comentario: “Si el hombrecito (el compañero de vida) no trabaja, entonces no comemos”.
Antes de la emigración masiva hacia Estados Unidos, Monteca no sólo se hallaba prisionera de la pobreza. Llegar al centro del cantón requería una verdadera proeza, pues la calle polvosa que ahora conduce hasta el nacimiento del río Torola no era más que una vereda por donde no transitaban los automotores.Aunque Fernando Zavala suele renegar de su suerte, reconoce que ahora viven en la gloria. “Antes teníamos que llevar los enfermos en hamaca”, comenta. En la actualidad cuentan con el servicio de buses que sobrepasan, incluso, el riachuelo que más adelante se une con otros afluentes hasta formar el Torola.Sin embargo, parece ser que muchos de los moradores de Monteca siguen viviendo en el pasado. Algunos apenas conocen las ciudades más cercanas del norte de La Unión como Polorós, Nueva Esparta y Anamorós.Alfonzo Manzanares, de 22 años, y su esposa María nunca ha visitado La Unión ni Santa Rosa de Lima. El tío Miguel, a sus 82 años, dice haber conocido estos lugares en sus tiempos mozos. “Hoy ya no sé cómo está todo por allá”, admite.Para elllos sólo existe la alegría una vez al año cuando se realizan las ferias del cantón. Entonces llegan las ruedas y gozan de la algarabía de las fiestas. Los demás días amanecen cubriéndose del frío y contemplando la neblina que se riega por los pinares de la zona más fresca de La Unión.
El transporte colectivo ha facilitado el accesohacia este cantón de La Unión.
El mejoramiento de la situación económicade muchos lugareños se muestra en el surgimiento de nuevas construcciones.
Vendedor de ocote
El día que emprendimos el viaje por las tierras de Monteca, Fernando Zavala Morales, de 70 años, despertó nuestra atención con el lento hachazo que daba a un tronco de árbol a punto de secarse.Él es el reflejo de los habitantes que no tienen ningún familiar en el extranjero.“En la vida todo se ocupa”, dice. Comenta que para sobrevivir recurre a trabajar en los cultivos de maíz y frijol de los pocos terrenos que se cultivan, en la recolección y venta de ocote y como rajador de leña. “De otra forma no se puede agarrar el pisto”, expresa.Las personas que están socorridas son las que tienen hijos en Estados Unidos y los que no deben salir adelante con su propio esfuerzo.Por ahora, una de sus esperanzas es la carga de ocote que ha recolectado y guarda en la casa, pero reconoce que hasta ese negocio está malo.Hasta el momento no ha podido vender las rajas de pino para viajar a Santa Rosa de LIma, donde piensa sacar el Documento Único de Identidad (DUI).
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